miércoles, agosto 30, 2006 

LOS INTELECTUALES MEXICANOS

LOS INTELECTUALES MEXICANOS
(hablando de y a propósito de............2006)


"-Bueno, es el típico intelectual mexicano preocupado básicamente en sobrevivir -dijo Amalfitano.
-Todos los intelectuales latinoamericanos están preocupados básicamente en sobrevivir, ¿no? -dijo Pelletier.
-Yo no lo expresaría con esas palabras, hay algunos que están más interesados en escribir, por ejemplo -dijo Amalfitano.
-A ver, explícanos eso -dijo Espinoza.
-En realidad no sé cómo explicarlo -dijo Amalfitano-. La relación con el poder de los intelectuales mexicanos viene de lejos.
No digo que todos sean así. Hay excepciones notables.
Tampoco digo que los que se entregan lo hagan de mala fe. Ni siquiera que esa entrega sea una entrega en toda regla. Digamos que sólo es un empleo. Pero es un empleo con el Estado. En Europa los intelectuales trabajan en editoriales o en la prensa o los mantienen sus mujeres o sus padres tienen buena posición y les dan una mensualidad o son obreros y delincuentes y viven honestamente de sus trabajos. En México, y puede que el ejemplo sea extensible a toda Latinoamérica, salvo Argentina, los intelectuales trabajan para el Estado. Esto era así con el PRI y sigue siendo así con el PAN. El intelectual, por su parte, puede ser un fervoroso defensor del Estado o un crítico del Estado. Al Estado no le importa. El Estado lo alimenta y lo observa en silencio.


Con su enorme cohorte de escritores más bien inútiles, el Estado hace algo. ¿Qué? Exorciza demonios, cambia o al menos intenta influir en el tiempo mexicano. Añade capas de cal a un hoyo que nadie sabe si existe o no existe. Por supuesto, esto no siempre es así. Un intelectual puede trabajar en la universidad o, mejor, irse a trabajar a una universidad norteamericana, cuyos departamentos de literatura son tan malos como los de las universidades mexicanas, pero esto no lo pone a salvo de recibir una llamada telefónica a altas horas de la noche y que alguien que habla en nombre del Estado le ofrezca un trabajo mejor, un empleo mejor remunerado, algo que el intelectual cree que se merece, y los intelectuales siempre creen que se merecen algo más. Esta mecánica, de alguna manera, desoreja a los escritores mexicanos. Los vuelve locos. Algunos, por ejemplo, se ponen a traducir poesía japonesa sin saber japonés y otros, ya de plano, se dedican a la bebida. Almendro, sin ir más lejos, creo que hace ambas cosas. La literatura en México es como un jardín de infancia, una guardería, un kindergarten, un parvulario, no sé si lo podéis entender. El clima es bueno, hace sol, uno puede salir de casa y sentarse en un parque y abrir un libro de Valéry, tal vez el escritor más leído por los escritores mexicanos, y luego acercarse a casa de los amigos y hablar. Tu sombra, sin embargo, ya no te sigue. En algún momento te ha abandonado silenciosamente. Tú haces como que no te das cuenta, pero sí que te has dado cuenta, tu jodida sombra ya no va contigo, pero, bueno, eso puede explicarse de muchas formas, la posición del sol, el grado de inconsciencia que el sol provoca en las cabezas sin sombrero, la cantidad de alcohol ingerida, el movimiento como de tanques subterráneos del dolor, el miedo a cosas más contingentes, una enfermedad que se insinúa, la vanidad herida, el deseo de ser puntual al menos una vez en la vida. Lo cierto es que tu sombra se pierde y tú, momentáneamente, la olvidas. Y así llegas, sin sombra, a una especie de escenario y te pones a traducir o a reinterpretar o a cantar la realidad.
El escenario propiamente dicho es un proscenio y al fondo del proscenio hay un tubo enorme, algo así como una mina o la entrada a una mina de proporciones gigantescas. Digamos que es una caverna. Pero también podemos decir que es una mina. De la boca de la mina salen ruidos ininteligibles.
Onomatopeyas, fonemas furibundos o seductores o seductoramente furibundos o bien puede que sólo murmullos y susurros y gemidos. Lo cierto es que nadie ve, lo que se dice ver, la entrada de la mina. Una máquina, un juego de luces y de sombras, una manipulación en el tiempo, hurta el verdadero contorno de la boca a la mirada de los espectadores. En realidad, sólo los espectadores que están más cercanos al proscenio, pegados al foso de la orquesta, pueden ver, tras la tupida red de camuflaje, el contorno de algo, no el verdadero contorno, pero sí, al menos, el contorno de algo. Los otros espectadores no ven nada más allá del proscenio y se podría decir que tampoco les interesa ver nada. Por su parte, los intelectuales sin sombra están siempre de espaldas y por lo tanto, a menos que tuvieran ojos en la nuca, les es imposible ver nada. Ellos sólo escuchan los ruidos que salen del fondo de la mina. Y los traducen o reinterpretan o recrean. Su trabajo, cae por su peso decirlo, es pobrísimo. Emplean la retórica allí donde se intuye un huracán, tratan de ser elocuentes allí donde intuyen la furia desatada, procuran ceñirse a la disciplina de la métrica allí donde sólo queda un silencio ensordecedor e inútil. Dicen pío pío, guau guau, miau miau, porque son incapaces de imaginar un animal de proporciones colosales o la ausencia de ese animal. El escenario en el que trabajan, por otra parte, es muy bonito, muy bien pensado, muy coqueto, pero sus dimensiones con el paso del tiempo son cada vez menores. Este achicamiento del escenario no lo desvirtúa en modo alguno. Simplemente cada vez es más chico y también las plateas son más chicas y los espectadores, naturalmente, son cada vez menos. Junto a este escenario, por supuesto, hay otros escenarios. Escenarios nuevos que han crecido con el paso del tiempo. Está el escenario de la pintura, que es enorme, y cuyos espectadores son pocos pero todos, por decirlo de algún modo, son elegantes. Está el escenario del cine y de la televisión. Aquí el aforo es enorme y siempre está lleno y el proscenio crece a buen ritmo año tras año. En ocasiones, los intérpretes del escenario de los intelectuales se pasan, como actores invitados, al escenario de la televisión. En este escenario la boca de la mina es la misma, con un ligerísimo cambio de perspectiva, aunque tal vez el camuflaje sea más denso y, paradójicamente, esté preñado de un humor misterioso y que sin embargo apesta. Este camuflaje humorístico, naturalmente, se presta a muchas interpretaciones, que finalmente siempre se reducen, para mayor facilidad del público o del ojo colectivo del público, a dos. En ocasiones los intelectuales se instalan para siempre en el proscenio televisivo. De la boca de la mina siguen saliendo rugidos y los intelectuales los siguen malinterpretando. En realidad, ellos, que en teoría son los amos del lenguaje, ni siquiera son capaces de enriquecerlo. Sus mejores palabras son palabras prestadas que oyen decir a los espectadores de primera fila. A estos espectadores se les suele llamar flagelantes. Están enfermos y cada cierto tiempo inventan palabras atroces y su índice de mortalidad es elevado. Cuando acaba la jornada laboral se cierran los teatros y se tapan las bocas de las minas con grandes planchas de acero. Los intelectuales se retiran. La luna es gorda y el aire nocturno es de una pureza tal que parece alimenticio. En algunos locales se oyen canciones cuyas notas llegan a las calles. A veces un intelectual se desvía y penetra en uno de estos locales y bebe mezcal. Piensa entonces qué sucedería si un día él. Pero no. No piensa nada.
Sólo bebe y canta. A veces alguno cree ver a un escritor alemán legendario. En realidad sólo ha visto una sombra, en ocasiones sólo ha visto a su propia sombra que regresa a casa cada noche para evitar que el intelectual reviente o se cuelgue del portal.
Pero él jura que ha visto a un escritor alemán y en esa convicción cifra su propia felicidad, su orden, su vértigo, su sentido de la parranda. A la mañana siguiente hace un buen día. El sol chisporrotea, pero no quema. Uno puede salir de casa razonablemente tranquilo, arrastrando su sombra, y detenerse en un parque y leer unas páginas de Valéry. Y así hasta el fin.
-No entiendo nada de lo que has dicho -dijo Norton.
-En realidad sólo he dicho tonterías -dijo Amalfitano."

De la novela
2666
Roberto Bolaño
[LT1]

domingo, agosto 06, 2006 

Galeria de Fotos 'Café La Habana' - Ciudad de México

Fotografias de Zepedojo

viernes, agosto 04, 2006 

La Familia Presidencial en México

Ésta es la historia de la familia presidencial: el gobierno del cambio bajo sospecha de corrupción. El auténtico cambio en México no significa que ya no haya funcionarios corruptos ni familiares incómodos; significa que esas prácticas no queden impunes.
El verdadero cambio en México no significa que no haya casos de abuso de poder, fraude y tráfico de influencias; significa que la sociedad pueda denunciar abiertamente los hechos, con su nombre y apellido, sin temor a las represalias.
Si usted es de los que cree en el discurso de transparencia y honestidad del autodenominado gobierno del cambio, si es de los convencidos de que Vicente Fox Quesada es un hombre a quien no le han permitido hacer nada, si se enternece cada vez que Vicente y Martita se besan en público y le encanta leer los detalles de su "historia de amor", si se le anegan de lágrimas los ojos cada vez que la primera dama sale a defender a sus hijos, si coincide con el presidente en que él y su esposa duermen "muy tranquilos" en la acogedora y austerísima cabaña presidencial, si en verdad lo cree, por favor, no lea este libro; ciérrelo en este momento, porque no lo dejará creer más en eso.
Este trabajo es el resultado de una rigurosa investigación periodística concerniente al matrimonio Fox-Sahagún, sus hermanos, hijos, sobrinos y amigos. Todos ellos conforman lo que en el foxismo puro se denomina la familia presidencial, aquellos que en este sexenio han compartido el poder y lo ejercen.
En este trabajo documentamos cómo, durante la administración foxista, los integrantes de la familia presidencial han acumulado una riqueza inexplicable, luego de haber iniciado la administración en evidente bancarrota personal.
Mientras la mayor parte de los trabajadores y empresarios mexicanos ha intentado sobrevivir a una apretada situación económica, la familia presidencial vive los mejores años de bonanza en su vida.
A veces los personajes en el poder le apuestan a que no haya testigos de sus transformaciones. Por suerte, habemos quienes presenciamos el antes y el después y como reporteras queremos compartir lo que vimos, anotamos e investigamos.
Conocemos a los protagonistas de esta historia desde hace más de seis años, cuando todos ellos aspiraban al poder.
Como periodistas cubrimos la precampaña y campaña presidencial de Vicente Fox Quesada. Así conocimos también a Martha Sahagún Jiménez. No olvidamos la peculiar manera de presentarse que tenía la encargada de comunicación social de la campaña. En la primera charla sostenida con ella se echó a llorar hablando sobre la supuesta vida de maltrato y abuso durante su anterior matrimonio y reveló ser la pareja sentimental del candidato Fox.
Tampoco se borra de nuestra memoria la imagen de Martha Sahagún haciendo alarde de su relación íntima con Vicente Fox. La vimos a bordo de la Tepocata -así llamábamos los periodistas al autobús que transportaba a Fox en sus periplos en busca del voto- y en eventos públicos, masticando pastillas Halls para luego dárselas en la boca al candidato presidencial ante las miradas de asco de todos los presentes. La escuchamos compartir con reporteras sus bromas pícaras cuando describía a su pareja sentimental, Vicente Fox, como un "hombrón" cuando aparentemente sólo era la vocera del candidato.
Antes de seguir, aclaramos que en la presente investigación periodística nos referimos a la esposa del presidente por su nombre legal, Martha con "h", porque de esa manera está asentado en su acta de nacimiento y, por tanto, así la llamaremos.
A lo largo de cinco años hemos ido recopilando datos, información y cualquier pista que dé una explicación acerca de la metamorfosis económica de la familia presidencial. Algunas dudas fueron resueltas, mientras que otras son asuntos que sólo ellos deberían responder en una auténtica rendición de cuentas, de cara al cambio que pregonan.
Ejemplos de la mutación casi milagrosa hay muchos:
Ahí está Manuel Bribiesca Sahagún: hace apenas cinco años pepenaba basura en los tiraderos de León y Celaya, pero hoy vuela en un Lear Jet con un valor de más de 1 millones de dólares y construye lujosísimos conjuntos residenciales y cientos de casas de interés social. Por la venta de cada una, según dijo él mismo, se lleva 45 000 pesos libres.
Martha Sahagún Jiménez: hace ocho años tenía que pedir préstamos como empleada del gobierno de Guanajuato para hacer frente a sus necesidades económicas. Y hoy pretende hacemos creer que los costosísimos trajes Chanel y las suntuosas joyas Cartier, Tiffany y Berger, valuadas en cientos de dólares, han sido el glamour rutinario de toda su vida.
Vicente Fax Quesada: hace cinco años tenía en la hacienda de San Cristóbal una casa desvencijada, cuya cañería se desbordaba cada vez que la fosa séptica no daba para más. Hoy esa casa es una hermosa residencia de cantera y finas maderas, cuya alberca y jacuzzi, mediante un ingenioso diseño arquitectónico, parecen la extensión del hermoso y transparente lago ubicado al centro del jardín.
Vicente Fox de la Concha: al inicio del sexenio tenía inconclusos sus estudios de preparatoria y vivía en el viejo rancho de la hacienda de San Cristóbal. Hoy vive en una magnífica residencia localizada en una de las mejores colonias de León, Guanajuato.
Qué decir de Jorge Alberto Bribiesca Sahagún, otro joven mexicano sin terminar estudios universitarios: hace unos años ayudaba a su hermano en la pepena y hoy es socio de una compañía transnacional de exportación de mango y aguacate, que lleva a vender al extranjero hasta 475 toneladas de aguacate Hass.
A lo largo de esta investigación periodística hemos escuchado un argumento común que quizá sea el mismo en el que usted está pensando en este momento: ¿se enriquece la familia del presidente?, ¿qué tiene de nuevo eso?, ¿no todos los presidentes y sus familias hacen lo mismo?, ¿no están ahí los excesos de doña Carmen Romano (entonces esposa de José López Portillo), quien solía viajar con su piano por todo el mundo?, ¿y los hijos de Miguel de la Madrid?, ¿y Raúl Salinas de Gortari?
Las autoras de esta investigación nos preguntamos y preguntamos al lector: ¿debe seguir sucediendo esto?, ¿debe ser indiferente la sociedad a esos hechos, víctima de la rutina del saqueo de cada sexenio?
Decidimos hacer esta investigación porque creemos que el ejercicio periodístico no se basa en simpatías o antipatías personales. Su objetivo es revisar todo aquello que hacen quienes están obligados a rendir cuentas a la ciudadanía sobre todos sus actos.
En los últimos seis años hemos centrado nuestra atención como periodistas en seguir los pasos de Vicente Fox y Martha Sahagún y hemos aportado trabajos periodísticos que han marcado el sexenio, como el anuncio anticipado de la boda de Fox y Sahún (El Economista, 2000), el "Toallagate" (Milenio Diario, 2001), el "Glamour en Los Pinos" (El Universal, 2003), el presunto tráfico de influencias de empresarios que apoyaron la campaña presidencial-como Eduardo y Rosaura Henkel- (El Universal, 2004), y las joyas secretas de Vamos México, que después se convirtieron en plumas (El Independiente, 2004).
Sin embargo, no escogimos a Vicente ni a Martha y sus familiares como objeto de nuestra investigación cotidiana por ser como son, sino por ser quienes son: la familia presidencial.
Si Vicente Fox se hubiera quedado como encargado de los negocios de su familia para seguir manteniéndolos en quiebra y si Martha Sahagún todavía fuera la señora que vendía queso ranchero en el expendio La Canasta, no hablaríamos de ellos, sino de quienes hoy ocuparían el sitio en el que Vicente, Martha y sus familias están ahora.
Pero como no es así, sino que ellos habitan hoy la residencia oficial de Los Pinos, dichas personas se convierten en protagonistas involuntarios de nuestra investigación.
En el transcurso de la lectura de esta historia, el lector encontrará a ciudadanos cuyo valor civil les impide permanecer callados.
Habrá quienes quieran callar esas voces ciudadanas, que están hartas de la corrupción sexenal. ¿Usted no está cansado? Es tiempo de hablar.
Ésta es la historia de la familia presidencial: el gobierno del cambio bajo sospecha de corrupción.
Tomado de Anabel Hernández y Arelí Quintero. La Familia Presidencial. El Gobierno del cambio bajo sospecha de corrupción. Grijalbo Actualidad. 2005. 281pp

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